Ayer desperté y te hice de desayunar. Mi espalda sudaba por el calor agobiante de la estufa. Tu mano sobaba mi columna y yo me dejaba llevar por las saladas gotas de humedad intercalada entre tus dedos.
Hoy te extraño más que nunca…con tu coherencia tan exacta y tu lenguaje tan profuso que no alcanza la velocidad de tus pensamientos. Tu ropa bien planchada y tu aliento tan perfecto. Tu cariño, tu silencio, tu certeza y todas esas cosas que se clavaban en mis coyunturas como tratando de soldar mi cuerpo.
Mi cuerpo…tan dislocado, desquiciado y lo suficientemente exánime hasta el punto de retar todo soporte en donde cada norma parece más bien resaltar el rigor de lo imperfecto.
¿En dónde quedó el amor si no en la sanidad de lo cotidiano en donde se disipa todo misterio? En los zapatos bien boleados y las migajas que en tu cama no cayeron. ¿Sabes? Hoy te extraño más que nunca ahí en donde quisiera ser tu anhelo. En donde íbamos de compras y el helado en frente de la tele se escurría sin temor a la imprudencia y en donde tu mano sostenía la mía de vez en cuándo como tratando de rescatarme; escondida en el defecto. Tú con tus absurdas manías de mantenerte tan ecuánime ¿Y yo? Yo con mis atinados desplantes desafiando lo certero.
¿En dónde quedó el amor tan sumergido en la cautela? En el sueño de la casa grande y el librero de madera. Tú con tu puntual esencia, refrenando mi locura ¿Y yo? Yo con mi alma arrebatada, resistiendo tu cordura. En ese punto ciego en tu mirada en donde no cupe con mi exceso de tristeza y mi hambre de soltura. Ahí entre el punto exacto de tu perfecto y mi impulso despojado de mesura.
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