De esos amores que
matan, de ese deseo que da vida mientras te desgarra.
Los ojos de un perverso
que tortura el pensamiento; aquél pensamiento engreído que te envuelve de mi, deseando
que un día pudieras refugiarte conmigo. Que en la medida que te alejas yo me
acerco y me convierto en tu sombra y en aquella necesidad de ser reconocida por
aquél que nunca fue visto.
Esa parte tuya que me
hace yo y esta parte mía que perdió todo el sentido cuando la realidad no es
nada más que el placer del rechazo. Y es esa distancia la que me adhiere a tu
incapacidad de conectarte y ambos nos amamos en extremos diferentes, compartiendo
la distancia porque somos incapaces de vivir en cercanía porque a lo lejos te
contemplo perfecto y de cerca mejor ya no te quiero.
Ese tipo de anhelo que
halla el impulso en la oscuridad y nos convierte en la imagen de un otro que no
es si no el vestigio de uno mismo. En el choque constante de cuerpos cansados
de tanto restregarse, tratando de encontrar la totalidad en aquél que ni
siquiera puede verse a si mismo.
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