En el arte de amar,
siempre me han sobrado palabras y si yo te besara, serías un párrafo más en
esta historia, un párrafo más, narrando la vida de la flama que crece en medio
de la selva; un incendio silencioso que sólo se apaga con el tiempo y que rompe,
quema, deshace la vida que lo rodea y el árbol que toca se derrumba en cenizas
ante sus pies.
Yo no quise ser fuego
pero nunca aprendí a ser agua, el agua que nutre, que hidrata, que limpia, que
baña, que se deshace en la carne y se escurre en uno solo, el agua tan noble
que se da como el río y desemboca en el mar, el mar que la absorbe y la hace
suya, el mar que la acoge y la adopta y ambos son uno, uno solo en la
totalidad.
En el arte de amar, yo
tengo los colores, colores que avivan, que encantan, que hablan, colores que
pintan la forma de un sueño, en la idea, en la mente, colores que solos no
dibujan un cielo. En el lienzo me fundo, construyo un paisaje; soy vida, soy
flores, soy nubes, soy agua, soy un líquido espeso con olor a éter y acrílico
tan distinto al río que sabe darse al mar…
Soy de piedra, soy de
hielo, soy un alma estacionada en la sombra del misterio, soy pedazos, soy
invierno, soy exceso de hidrógeno que oxida el amor. Soy la gota de alcohol que
se derrama del vaso y en la falta de conciencia se introduce con fervor, yo no
soy la realidad, soy sólo un sueño, y tú, un soñador más que huye del tiempo.
Vivamos lado a lado,
en la orilla, en la selva, en la playa, en las piedras, yo siendo flama y tú
siendo viento, uno a lado del otro, deseando ser río, deseando ser mar,
deseando ser agua, deseando por siempre la totalidad…
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